Un grupo de familias de Tajamar (sumaron 85 personas) han hecho el Camino de Santiago este mes de diciembre. Según contaban a la vuelta es una experiencia impresionante y animan a todos a vivirla. En total estuvieron cuatro días y anduvieron 100 kilómetros desfiando la dureza del Camino y del tiempo. A continuación reproducimos una crónica de esos días.
Empezamos el camino el día 21 de febrero de 2010 en la Iglesia de Santiago en Madrid: llovía. Terminamos el Camino en Santiago de Compostela el 7 de diciembre de 2010: llovía. Y entre una lluvia y otra lluvia, un grupo de locos, cargados con muchos niños, con todas sus familias a cuestas anduvieron kilómetros y kilómetros para poner a los pies del Señor Santiago todo lo que pudieron. Cada uno lo que quiso, pero todos con el más sincero deseo de su corazón.
Y como el Camino es eso, camino, algunos en estos meses aprendieron a caminar, otros dejaron de caminar por diversos motivos, porque hubo enfermedades graves o no tan graves o partos o, sencillamente, cansancio. Pero es que el camino es así, una metáfora de la vida, de nuestra vida y algunos llegan al final con la sonrisa en los labios, y otros con lágrimas en los ojos, lágrimas de alegría o de emoción o de dolor…
Pero en el camino hemos aprendido muchas cosas: hemos aprendido a contemplar (paisajes secos, paisajes mojados, muy mojados, comportamientos generosos, risas estentóreas, silencios elocuentes); hemos aprendido a que se camina mejor en compañía que solo, que una agradable conversación o una oración compartida nos hace más humanos, porque nos acerca más a los demás y nos acerca más a Dios; hemos aprendido también que las cuestas arriba son más difíciles de terminar que las cuestas abajo, pero que eso, precisamente, las hace más atractivas, porque superar un reto, sea grande o pequeño, es la sal de la vida; hemos aprendido que los pies nos duelen a todos por igual y que el cansancio no es patrimonio de nadie, sino de todos, por eso ayudar al que desfallece alivia nuestro dolor.
Hemos descubierto que Madrid también es campo y no se termina en la M-40, pero que el campo de Galicia es infinitamente más verde que el de Castilla, pero que los dos son campo. Como las personas, cada una distinta, pero todas iguales. Que la mayoría de las Iglesias están en la parte alta de los pueblos y ¡caray! lo que cuesta llegar a ellas; como también cuesta llegar a Dios, pero ¡caray! cómo merece la pena.
Ah, y que la misma distancia hecha en coche o hecha a pie, no parece, ni de lejos, la misma distancia.También aprendimos que las prendas impermeables, por mucho que lo sean, siempre calan (algo o mucho) y que la mayoría de los albergueros son majos, aunque no todos, y que por eso todos necesitamos oraciones para mejorar. Y podemos ver cómo se sienten los demás con el bálsamo de nuestra amabilidad y con el reconocimiento del trabajo bien hecho. El Camino de Santiago es, sin duda, una escuela de humanidad.
Es un itinerario que realizado por fuera se nos ha ido metiendo por dentro con cada paso, con cada gota de sudor, con cada escalofrío.
Al final de cada jornada, hemos tenido la sensación de que habíamos hecho algo que merecía la pena, hemos querido llegar a Santiago, obtener nuestra Compostela y las gozosas gracias espirituales del Jubileo (que eso quiere decir Jubileo: júbilo, alegría). En definitiva, hemos entendido que el Cielo sólo se gana si primero ganamos la tierra. Que a lo sobrenatural solo se llega a través de la naturaleza. Y que el esfuerzo siempre tiene recompensa.